Para librarse de la cruz, hay que dejarse crucificar.


La paz sea contigo.


¿Quién alguna vez no indicó que tal o cual persona, tal o cual situación era "su cruz"? ¡Esto es mi cruz!... ¡Aquel es mi cruz!... ¡Que cruz tan pesada!... quien más quien menos ya se expresó alguna vez así. Jesús, por su parte, nos ha indicado claramente el requisito del buen discípulo: cargar con la cruz de cada día y seguirle (cf. Lc 9,23); de lo contrario, no vamos a pasar de ser simples simpatizantes o admiradores de Jesús, pero nunca discípulos.


Esta cruz de cada día es lo difícil. Muchas veces, ante las innumerables dificultades de la vida comunitaria y de la misión, he dicho a Dios que mejor hubiera sido que se desate una feroz persecución contra los cristianos y que de un momento para el otro fuéramos martirizados por la fe. Pero, como era de esperarse de alguien con sano juicio, acabé por retractarme de mi súplica. No puedo quejarme de lo que Dios me da, ni siquiera de los sufrimientos que el permite, pues "en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rom 8,28).


Si no nos dejamos crucificar, si intentamos escaparnos de la cruz, acaso saldrá a nuestro encuentro otra cruz, y mas grande posiblemente. Si rechazamos la cruz, que no nos quepa duda que otra saldrá a nuestro encuentro y acaso más pesada (cf. Imitación de Cristo, Libro II: 12, 23-24).


¡Pobres de aquellos que no aprendan a llevar la cruz! ¡Cuánto sufrimiento todavía les espera! Probablemente nunca puedan ver la resurrección, porque no hay mañana de resurrección sin monte Calvario. ¡Cuantos son aquellos que quieren compartir con Cristo la mesa de su gloria, pero que pocos quieren compartir su cáliz de amargura!


Entonces, si me quiero librar de cruces tan pesadas debo dejarme crucificar. Nuestras cruces estarán allí hasta que hayan cumplido su misión: darnos crucifixión; es que Dios sabe cuan necesario es, para que seamos felices, extirpar de nuestras vidas cuanto queda de orgullo y soberbia, de vanidad y sensualidad, de lujuria y necedad. Y toda esta operación de limpieza no es posible sino solo a través de este sufrimiento diario aceptado con amor y valentía.


Muchos buscan en la Iglesia el último consuelo de los afligidos, y ciertamente lo hallarán. Pero casi todos olvidan que este consuelo no puede estar exento de dolor y sufrimiento. No porque Dios sea un sádico que goce con nuestro dolor, sino porque el problema somos nosotros. Somos como niños que al ser privados de algo que les gusta, aunque esto les sea nocivo, lloran desconsoladamente. Lo doloroso no es la prueba en si, sino el dolor que nos cuesta despojarnos de nosotros mismos y el dolor de desprendernos de nuestros vicios y apetitos. Cuan doloroso y sufrido es para un químico dependiente dejar su adicción a las drogas; cuan doloroso es para el joven lujurioso dejar sus vicios carnales; cuan doloroso es para nosotros dejar nuestra soberbia cuando se nos corrige y orienta.


Por el contrario, que felices hubiéramos sido si aceptáramos la cruz de las pruebas cada vez que se nos presentan. Las quejas no son el mejor camino; ni siquiera camino son. Ante las adversidades, silencio. Ante las contrariedades, atención. Dios siempre quiere enseñarnos algo cuando tenemos pruebas en nuestras vidas. Por eso, es conveniente que ya no dejemos pasar las oportunidades de aprender algo nuevo, de corregirnos en algo o de superar algún vicio cada vez que tengamos cruces. Solía decir siempre a algún misionero en la orientación espiritual: Si no aprendes lo que tienes que aprender en este momento de sufrimiento y dejas que pase sin más, no vas a aprobar la materia y se te acumulará. Si no eres capaz de corregirte ahora, esto se convertirá para ti en una materia pendiente; si hoy Dios envía y permite esta probación, hoy es el día para aprender lo que tengas que aprender. Si lo dejas para otro día, pues… será como repetir de grado: nunca llegarás a comprender las cosas más altas, nunca llegarás a comprender ni amar a Dios.


Que Dios te bendiga.


Acerca de mí

Soy Sacerdote, misionero de la Comunidad Misionera de Jesús.


El lema de mi Comunidad y el mío personal es:
Ad omnia semper paratum
(Estar dispuesto siempre y para todo).


Mi mayor deseo es ser luz del mundo: Vos estis lux mundi (Vosotros sois la luz del mundo)


Comunidad Misionera de Jesús
www.CMJesu.org
2009