¿Qué se siente antes de la ordenación Diaconal?


Les parecerá medio cursi que yo escriba este post respondiendo a la pregunta del título. Sin embargo, es una pregunta que todo el mundo me hizo en el día de hoy (un día antes de mi ordenación diaconal). Pues bien, quiero escribir esta reflexión para recordarlo después, con los años, cuando ya tenga mucho de sacerdocio, como fueron los días previos a mi ordenación.

En primer lugar, es bueno que sepan que a veces Dios le quita a uno todos los consuelos y auxilios sensibles dejándole únicamente lo mínimo necesario como para sobrevivir en la virtud. Todo esto con el fin de probar (en el sentido de purificar) y madurar nuestra fe y confianza en Él. A se le ocurren pensamientos de incertidumbre y perturbación ¿no es el hombre fragil y miserable? pués el seminarista es sólo un hombre más y también es víctima del Demonio como cualquier hijo de vecino. A uno se le ocurre pensar que no es digno y que en cualquier momento llegará el Superior a decirle: "Che, no servís. Mejor te vás a tu casa y pensá en otra vida" ¿Y qué vas a hacer? Pues obedecer y qué se yo que puede pasar después. Y no hace falta que haya fallas externas ni pecados graves; basta únicamente que al Demonio se le ocurra esa tentación y entonces comienzan los tormentos interiores.

Pero recuerdo con toda alegría el día en que mi querido y venerable formador, el P. Carlos Urrutigoity, me llamó para decirme lo siguiente -estaba yo con el corazón entre las manos esperando cualquier cosa-: "Miguel, serás ordenado Diácono de la Santa Madre Iglesia..." Como esbocé en ese instante una diminuta sonrisa que él alcanzó a ver, añadió: "¡¿De qué te reís? No pienses que sos digno ni que estás listo. Uno nunca está lo suficientemente listo para recibir un don tan grande" Pero el anuncio ya estaba hecho, y el Demonio tuvo que retirarse derrotado porque había fallado en su misión una vez más: no había logrado apartar a un hombre con vocación del camino que Dios le había indicado. Si hay algo que hace que el Demonio y los demás enemigos del hombre huyan despavoridos, es un alma que se decide por hacer la voluntad de Dios.

¿Qué se siente unas horas antes de dar un paso tan grande? Pues nada. No se siente nada. Es cierto que uno está "hyper contento", y como que casi se muerde las orejas de tanta sonrisa. Pero aparte de eso, nada. Nada en especial. Porque la gracia no es sensible, sino efectiva.


¿Qué se pasa en la cabeza de uno en estos momentos? También nada. ¿Saben por qué? Porque ya lo pensó durante demasiados años. Y era este momento el que estuvo esperando durante todo este tiempo. Si no era lo suyo, ya se hubiera ido. Pero como Algo le impulsaba a uno a seguir para adelante, aunque nada fuera seguro, entonces seguía firme sin desfallecer.

En este momento tan importante, pienso en los compañeros que ya no están. Siento por ellos. Recordarán los buenos años del seminario: oración, estudio, trabajo y comunidad. No tendrán en la vida otra experiencia mejor. Y pido a Dios por ellos, para que al menos sean fieles a la fe y la moral cristianas. Que no vayan a llevar una vida completamente contraria a la que los cristianos estamos llamados a vivir. Que sean cristianos ejemplares y que pongan en alto el buen nombre del seminarista, como hombre de Dios que busca la voluntad de Dios. Lastimosamente, se que muchos están lejos de estas intenciones. Pero igual pido por ellos.

Pero más doy gracias, porque pienso en los muchos que empezamos y en los pocos que terminamos, y me da alegría el saber y experimentar que soy uno de los llamados por Dios y que mañana escucharé de boca del Obispo aquella verdadera "vocatio", la verdadera vocación o llamada a recibir el sagrado Diaconado: "Acérquense los que serán ordenados Diáconos..." Qué pocos somos llamados y qué indignos somos de serlo. Me alegra que Dios no mire mis miserias ni infidelidades para llamarme a tan alta dignidad. Cantaré eternamente las misericordias del Señor.

¿Y el célibato? ¿No es dificil? ¡Si! Es muy dificil. Imposible diría yo. Pero con la gracia de Dios, todo lo puedo. Lo puedo todo... si Dios me ayuda. Y ¿no me dará su auxilio si le pido con humildad y devoción? Pués sí que lo hará como lo hizo con tantos otros. Si otros lo pudieron -como diría S. Ignacio de Loyola- yo también lo puedo (e Ignacio se hizo santo).

Finalmente, y para no hacer este escrito largo y cansón, quiero responderles sintéticamente la pregunta del título: No se siente nada aparte de nuestra pequeñez, y eso nos deja felices, porque no alcanzamos la meta por nuestros méritos, sino porque Dios es grande y porque Él así lo quizo.


Recen por mí para que sea un fiel ministro de los misterios de Cristo.

2 comentarios:

David 6 de junio de 2010, 9:29 a. m.  

Amén!
Enhorabuena Miguel!

Diác_Lyonel Laulié_MDI 5 de noviembre de 2020, 9:04 p. m.  

Un hermano diácono me recordó que, días antes de mi ordenación, de esto casi ya 10 años, me encontré con este texto que me inspiró. Un regalo del Señor volver a leerlo.

Publicar un comentario

Acerca de mí

Soy Sacerdote, misionero de la Comunidad Misionera de Jesús.


El lema de mi Comunidad y el mío personal es:
Ad omnia semper paratum
(Estar dispuesto siempre y para todo).


Mi mayor deseo es ser luz del mundo: Vos estis lux mundi (Vosotros sois la luz del mundo)


Comunidad Misionera de Jesús
www.CMJesu.org
2009